Entre el río Gállego y el Ara encontramos el Sobrepuerto, dos grandes montañas culminan esta salvaje zona del Pirineo aragonés, Oturia de 1921m y Pelupin de 2007m.
Durante generaciones estas montañas estaban llenas de vida, a través de la ganadería que pastaba por sus cumbres. Ainielle, Otal, Escartín, Basarán, Ayerbe de Broto, Cortillas y Bergua son los pueblos, casi todos ellos despoblados hoy en día que se reparten por estos hermosos robledales.
La mejora de las carreteras de esta zona, gracias al comienzo de la construcción de pantanos en los años `50 del siglo pasado y la ilusión de conseguir una vida más cómoda en las zonas industrializadas del país, propició el éxodo rural, el Sobrepuerto se vacía.
Al llegar los años ´80 un grupo de jóvenes madrileños revierte la situación, buscan alejarse de la cuidad y vivir en la naturaleza, el pueblo más accesible de la montaña, Bergua revive y varias familias se instalan en la zona.
Hoy en día al recorrer la calle de Bergua imaginamos la mezcla de sensaciones que tuvieron que sentir aquellos primeros repobladores que se trasladaron a este selvático rincón del Pirineo, miedo, ilusión, incertidumbre y desde luego muchas ganas de dar vida a una montaña.
El río Forcos parte el Sobrepuerto en dos, nace en las cumbres de Otal y desciende hasta el mismísimo río Ara a través de rocas turbiditas que le dan una gran adherencia y caprichosas formas.
Su entrada, oscura y de exuberante vegetación es, sin duda, uno de los rincones más hermosos del Pirineo aragonés. Sin ninguna complejidad técnica avanzamos entre árboles fosilizados, bosques de
helechos y grandes robles que nos trasladan a selvas muy muy lejanas.
Aparecen saltos, un divertido tobogán lanzadera y algún rapel, todos ellos voluntarios para que cada miembro del grupo puede elegir las dificultades a las que se enfrenta en este recorrido. Se alternan tramos a la sombra y otros al sol, por lo que aunque la entrada sea fría todos los participantes acabaran la actividad sin sensación de haber pasado frío.
El Forcos es uno de los grandes barrancos familiares del Pirineo, sin duda el más hermoso y salvaje, gracias a su lejanía a cualquier carretera, su salvaje aproximación y la escasa presencia del ser humano que sentimos durante esta actividad.